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Thursday, June 28, 2007

Para Nacho

Nacho y yo hemos bajado casi como cada noche a fumar y a mirar el cielo de Carabanchel. Los dos sabemos que no podremos hacerlo muchas veces más porque él se va a trabajar a la otra punta del mundo durante algún tiempo y porque yo me voy a vivir a un lugar bastante más bonito que éste.

Por eso esta noche nos hemos acercado hasta el Puente de Toledo, para fumar uno de nuestro últimos cigarros juntos mientras escuchábamos a los Rolling Stones tocar en el Calderón. El soterramiento de la M-30 ha favorecido la piratería auditiva y el Puente estaba lleno de gente que fumaba y miraba el estadio mientras “Paint it Black” rebotaba en los edificios antes de llegar hasta nosotros.

Todas las reservas que tengo hacia los Rolling Stones como grupo no las tengo para fumarme cigarros con mi hermano Nacho. Durante 27 años hemos llorado por las mismas cosas y por las mismas carencias, hemos hablado de lo mismo, una y otra vez cada noche. Por eso esta noche no me hubiese importado estar dentro del estadio, disfrutando de ellos y de Loquillo, que era el telonero (y no los “Pretenders”, con los que tocaron la vez que yo los vi... ¿a quién coño le importan los “Pretenders”) claro, que para eso habría que haber gastado dinero y no hubiese sido un encuentro de dos amigos en el puente en el que termina Carabanchel, eso hubiese sido menos propio de nosotros.

Friday, January 19, 2007

Gritar

Me puse a escribir y le volví a escuchar gritando. Le conozco del barrio, tiene unos 17 años, quizá alguno menos. Es gordo y lleva una melena parecida a la que Rule llevaba con esa edad... es un gordo con melena, lo cual es casi lo peor que uno puede ser en la vida.
Estaba en mi calle y no dejaba de gritar; le gritaba a su novia, una preciosa chica rubia que se quitaba y ponía los guantes bajo grandes lágrimas. El gordo le decía que se merecía todo lo que la pasaba, que todo se lo buscaba ella sola. Daba gritos como solamente puede darlos un chico gordo, lo sé porque yo los he dado. La gente se asomaba a la ventana para verlos, a ellos no les importaba porque cuando rompes te da igual que la gente te mire.
La pegó dos veces, una de ellas estuve a punto de gritarle. La chica no se inmutó. Él empezó a irse calle abajo, se paraba y se giraba para volver a insultarla, para decirla que se fuera a su casa, que no la quería ver ahí sentada. Era un chico gordo, que se estaba dando cuenta de lo que era y por eso se paraba a cada paso que daba, dándose cuenta que alguien como él no puede dejar a una rubia, que el mundo no se construye de esa manera. Yo no dejaba de pensar en que a cada paso que daba recordaba lo que era y en que probablemente nunca volvería a encontrar a nadie que le quisiera.
Finalmente el chico se marchó, esperé 5 minutos viendo a la chica llorar en la puerta de la iglesia. Tenía que estar muy sola para poder querer a alguien así. Sin embargo, el chico no volvió en todo ese tiempo, pensé que me había ganado, que no había sido capaz de descubrir su juego mental. Me senté a escribir pensando en si el tipo era un dios que había roto las leyes naturales o un inconsciente que se estaba enterrando.
Me puse a escribir y le volví a escuchar gritando. Me asomé a la ventana y el chico había retrocedido sobre sus pasos. Sentí que todo tiene un orden y que no será un chico gordo el que lo quebrante. Volvió a insultarla y a intentar pegarla, ella se defendió esta vez.
Se perdieron, ella camino de su casa y él fue siguiéndola detrás, con la cabeza agachada.