Wednesday, February 28, 2007

DESIERTO DE TABERNAS. MUY EXTERIOR. DÍA



Cierra un viejo ejemplar de “Fray Perico se masturba” y vuelve a caminar mientras no deja de pensar en que ese no es el mejor lugar para leer nada que tenga que ver con curas.
El sol cae con justicia, como siempre cae en las malas historias. Se limpia las Ray-Ban y tiene la sensación de estar limpiando la mitad del desierto. Recuerda que tiene una piedra en la bota derecha pero no la saca porque piensa que es una buena forma de recordar las últimas 48 horas y que mejor tener esa piedra ahí que tener al lado al tipo que todavía debe estar buscándola en el hotel.
Se da la vuelta para mirar si viene algún coche. Entrecierra los ojos, engurruña, hubiese dicho una amiga suya, una que no se hubiese perdido en un sitio tan estúpido como una carretera recta. Entrecierra los ojos y solamente ve ese extraño humo que se forma sobre el asfalto cuando el sol cae con justicia. Nunca ha sabido el nombre que se le da a ese efecto óptico, durante algún tiempo supo la palabra inglesa. Recuerda que la aprendió de una canción de Oasis.
Vuelve a caminar pensando en que no es el mejor lugar para leer nada que tenga que ver con curas ni para intentar recordar una canción de Oasis. Vuelve a caminar mientras va pensando en el título que alguien le pondría a su vida, sonríe al pensar:

DESIERTO DE TABERNAS. MUY EXTERIOR. DÍA

Esta sudada pero no le importa. Escucha un coche y pone el dedo en posición de “eh-nene-súbeme-o-solamente-podrás-mirarme-las-piernas-de-pasada”. El coche frena y se para a unos metros, le gustaría saber qué modelo es pero recuerda que nunca le interesó saber de coches. Empieza a correr en dirección a él y se maldice por no haber sacado la piedra de la bota derecha.
Se acerca a la ventanilla mientras va repasando el discurso y la sonrisa de rubia perdida en mitad de la carretera. Se acerca a la ventanilla y observa que no hay nadie en el interior del coche. Siente miedo.
Mira repetidas veces en el interior, golpea las ventanillas, pensando que está mal de la vista o que el calor la ha vuelto loca. No hay nadie en el interior, los pestillos están echados y el motor está en funcionamiento.
Sale corriendo y el coche vuelve a ponerse en marcha. Arranca, la adelanta y se para a unos metros. Ella se queda parada y da unos tímidos pasos hacia atrás, mueve lentamente un pie, luego el otro, da uno, dos, tres y hasta cuatro pasos. Empieza a correr.
El coche sigue a lo lejos, no arranca ni cambia de dirección. Siente que ha ganado pero en cuanto se para a pensarlo, el coche arranca, la adelanta marcha atrás y se para junto a ella.
Sabe que solamente tiene una opción y que esa opción es subirse al coche. Tan pronto como se acerca, se suben los pestillos. Abre la puerta y se sienta en el asiento del copiloto. La radio se enciende, suena Oasis.
El coche arranca, lo hace bajo el sofocante calor de un sol que había olvidado. Se bajan los pestillos. El volante se mueve solo, los pedales se aprietan sin que nadie ponga un pie encima y el cinturón de seguridad está enganchado al asiento, como si un delgadísimo hombre invisible lo llevase puesto. Ella se enciende un cigarro, está a punto de mearse encima por culpa del miedo.
Sus manos tiemblan tanto como un postre de gelatina en el terremoto de San Francisco. Tiemblan tanto como cuando se dio cuenta que había dejado atrás el hotel. Tiemblan menos que cuando se dio cuenta que se había dejado las bragas.
Algo en su cabeza le dice que no debe tener miedo, que todo va bien, que todo iría mal si el coche fuese en dirección contraria. El misterioso coche se había parado, la había recogido y no parecía querer hacerlo daño, eso último era algo que puede sentir en el ambiente.
Pasan las horas, el volante se mueve suavemente, un poco a un lado, otro poco al otro. El coche cambia de marchas y ella, al terminar de fumarse su último Lucky Strike, se queda dormida.
Abre los ojos. Está en otro lugar, tirada junto a la carretera. El coche ya no está pero no sentir la piedra en la bota derecha le dice que todo lo que ha pasado es cierto, que alguien o algo, o vete-a-saber-que la ha cuidado durante la noche.
Se sienta junto a la carretera, bajo el calor asfixiante y junto a la arena del desierto, extiende el dedo y se echa saliva en los muslos, cualquier cosa para llamar más la atención. Le gustaría saber de coches pero nunca le han interesado, de forma que no puede reconocer al coche que se acerca. Se para a unos metros y ella corre dispuesta a subirse aunque no tenga conductor.
Llega con la mejor de sus sonrisas, se quita las Ray-Ban y deja de sonreír.
- Te dejaste las bragas, le dice alguien desde el interior. – Sube o te forro a hostias.

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