Sunday, May 13, 2007

(AZUL CLARO)

Estaba en el puerto de Londres, parado junto al barco y mirando cómo las grúas movían los contenedores.
- Debe ser ese de ahí, oyó decir a Madeleine mientras salía de la aduana
Ella le señalaba un contenedor azul claro en cuyo lateral podía leerse “Kraus & Co. Overseas Activities - New York”. Le preguntó si había hecho ya todos los papeles.
- Tienes que firmar esto y hacer la homologación. Aquí los intermitentes son de otro color.
Asintió con la cabeza, ocultando que era algo que ya sabía. Llevaba demasiado tiempo en Londres como para no darse cuenta de ello. Había pasado un año y dos meses desde que hiciera el mismo trayecto que ahora hacía su Ford Mustang del 66: De Los Ángeles a Nueva York y de ahí a Londres. Había dejado a su mujer en la Costa Este y había encontrado a Madeleine esperándole en el aeropuerto de Heathrow. Sin embargo, las cosas no habían salido como esperaba.
Ella era una estudiante británica a la que había conocido en una cena con sus amigos. Para entonces él ya era un autor poco conocido, que como solía decir, es bastante más que ser un autor desconocido. Para entonces él ya era eso que los críticos americanos llaman “un escritor de escritores”. El éxito era algo que siempre había fingido no importarle. Pensaba que si Tennessee E. Ford dejó “16 tons” para una cara B es eso, que nunca se sabe cuando pueden ocurrir las cosas. El éxito era algo que había fingido no importarle hasta que conoció a Madeleine.
- ¿Sabes quién era Tennessee E. Ford?, le preguntó a Madeleine mientras veían a la grua dirigiéndose al contenedor. Ella negó con la cabeza.
Lizzie Kate era su mujer y quien le enviaba su antiguo coche por barco. Durante los años que estuvieron casados nunca le importó ocuparse de ella por mucho que sintiera que le robaba tiempo para escribir algo que fuera bueno de verdad. Había pasado por un par de psiquiatras que terminaron por convencerle de que esa era una excusa que se ponía a si mismo, que realmente tenía que ver más con su incapacidad para aceptar los golpes de suerte que con el tiempo que gastaba en las atenciones que pedía Lizzie Kate. Solamente les había creído a medias y por eso un día, al poco de casarse, paró el Ford Mustang al volver de una conferencia en una algún punto del Medio Oeste, cobró el cheque, alquiló una habitación de hotel y llamó a la prostituta más cara que le pudieron encontrar. Estaba sentado en la cama mientras escuchaba a la rubia repetir el mal día que había tenido y lo mucho que necesitaba que la follaran cuando pensó que todo iba cambiar a partir de ese momento, que no tendría miedo a coger las mejores cosas de la vida cuando aparecieran.
Eyaculó a los cinco segundos de haber tenido la erección.
Madeleine había sido la gran versión de todo eso. Apareció en aquella cena, con su pelo rojo y su leve estrabismo. Aquella noche no pasó nada salvo que se intercambiaron los correos para que él la ayudara a encontrar unos datos sobre Poe. De vuelta a casa, Lizzie Kate y él hablaron sobre lo simpática que les había resultado la chica británica. Él empezó la conversación.
Quedaron bastante durante las siguientes semanas, semanas en las que Madeleine le hizo sentir que toda su vida había sido un error que podía solucionar trasladándose a Londres. Ella le dejaría trabajar.
El contenedor empezó a descender . El viento intentaba moverlo y las gaviotas revoloteaban alrededor. Empezaron a andar hacia la zona en donde iba a parar el brazo de la grúa. Madeleine le preguntó si quería apostar a que el Mustang vendría rayado.
- En 10 semanas puede haber pasado cualquier cosa, le respondió.
Había llamado a Lizzie Kate pocas veces desde la noche en que dejó su casa y su insomnio. La última vez que lo hizo fue para pedir que le enviara el coche, tenía todo previsto para que pareciera una llamada de cortesía pero no tardó en mencionar el coche en cuanto ella le contó que acababan de encontrarle un tumor en el cerebro.
- ¿Y para qué quieres el coche?, ¿no puedes comprar uno?, dijo ella
Él se sintió estúpido y le recordó que la estupidez humana se mide por el número de recuerdos del pasado que uno intenta llevarse al futuro.
- Cariño, si es para hacerte sentir así yo misma conduciré ese trasto hasta Nueva York.
Madeleine encendió un cigarrillo. Él cubrió el mechero con sus manos para evitar que el viento apagara la llama. Hacía tiempo había hecho ese mismo gesto, al salir del aeropuerto de Londres, al acabar de llegar para siempre. Aquel día, cuando Madeleine corrió por la Terminal y él se quedó quieto esperando el abrazo, miedoso de gritar su nombre y desvelar al mundo su acento norteamericano, descubrió que aquella niña de buena familia, amante de Poe y Pynchon, no le interesaba porque ya era suya.
Había vivido aquellos meses con ella sin dar ninguna muestra de lo que sentía, intentando empezar una nueva vida. Había vivido aquellos meses intentando olvidar que había saboteado su felicidad con Lizzie Kate y su posibilidad de una nueva vida con Madeleine al igual que había echado a perder aquel polvo con una prostituta de lujo. Había intentando olvidar todo aquello hasta que rompió a llorar en aquel puerto.
Dos marineros escoceses abrieron el contenedor azul claro y en su interior apreció un reluciente Ford Mustang del 66 . Sus ojos empezaron a humedecerse pero no soltó ninguna lágrima, no lo hizo hasta que vió que sobre el asiento del piloto descansaba el cadáver de Lizzie Kate.

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