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Me cuesta explicar este rincón del universo en el que he descubierto que la Segunda Guerra Mundial no es un género cinematográfico que alguien inventó para vender bonos de guerra. Impresiona caminar y ver tanques y ametralladoras expuestos en la caminos. Llegar a La Röche y entrar en el museo y ver un ejemplar de Las uvas de la ira que sobrevivió al militar americano que lo trajo a Europa. Ver fotos antiguas del sitio y verlo destruido y ver propaganda para afiliarse a las SS y descubrir que se te hiela la sangre al ver diferentes cuchillos con esvásticas en la empuñadura que han sido algunos de los muchos tesoros funerarios que estos bosques han escupido con el paso de los años.
Hace unos días estuve en el Shakespeare and Conpany de Paris, el último refugio auténticamente beatnick que existe. Es difícil unir las dos experiencias, la del fenómeno que partió al mundo y la de la literatura que surgió cuando todo empezaba a calmarse.
Me había tumbado a pensar sobre eso pero la televisión de Luxemburgo lleva puestas tres veces seguidas "La tentación vive arriba" y yo no puedo dejar de verla intentando encontrar algún fallo a esta risa que también surgió del horror que vieron estos bosques.
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