Como mañana tocará hablar de algo realmente importante (la rueda de prensa de Steve Jobs en San Francisco) y como esto es un tema largamente aplazado que se ha visto resucitado por varias conversaciones con Julia en los comentarios de uno y otro blog, me voy a meter en el fregado de defender Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.
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Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal tiene los peores primeros 40 minutos que jamás se han rodado... por un lado es ya cansina esa moda del cine hollywoodiense posterior a Forrest Gump de hacer pasar al héroe por todos los hechos históricos de su tiempo a fin de insertarle perfectamente en el subconsciente colectivo. Con la primera secuencia uno ya tiene claro que han pasado muchos años, que estamos en los finales de los años 50 y que ahora los malos son los rusos, no hace falta ni pararse a explicar lo de las pruebas atómicas (a no ser que Spielberg quisiera buscar un plano de un hongo nuclear más ridículo todavía que el de El imperio del Sol) ni dedicarle metraje a contar el miedo a que los "commies" ya estén dentro del país ni, por dios, a explicar la rivalidad entre los "hoods"/"greasers" y los "socs"/"preppies"... que de eso ya se encargó Susan Hinton (y Coppola, claro). El problema es todavía más irritante puesto que es la segunda vez que el dúo Koepp/Spielberg tiene que invertir tiempo y tiempo en explicar una y otra vez la misma cosa (que el tiempo ha pasado aquí y que el padre y el hijo se llevan fatal en el caso de La guerra de los mundos). Por otra parte, uno puede construir un héroe dejando oculta su vida personal y centrar ahí el misterio del personaje o puede hacer lo contrario, construir a una persona normal y gris con un mundo fascinante alrededor de su tiempo libre, ejemplos de un tipo y del otro (y de variaciones sobre esa regla) hay para aburrir en libros, pelis y cómics, pero lo que no puede nadie pretender es que no choque si en un capítulo del serial se cambia esa óptica de buenas a primeras. De modo que si hasta ahora, Indy había sido un intrépido aventurero al que en ocasiones hemos visto con pajarita y traje por ser ¡profesor universitario!, dándole otra cara a un personaje que es capaz de, cual Clark Kent, ocultar su interesante vida bajo un traje de espiga, aquí uno puede hartarse de ver a ese señor al que llaman Doctor Henry Jones y que, por si no fuese suficiente con hacerle coger una escoba (juro que lo hace), llega incluso a filosofar sobre si vale más la pena ser un aventurero o un aburrido teórico.
Pero, a veces, ocurren milagros o reencuentros o actos de lógica y por eso, cuando pasan estos horribles minutos, la película se sobrepone a si misma, recupera su identidad de serial de tebeo y se convierte en una película excepcional.
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Cuando uno cierra una historia (o lo hace temporalmente) es natural releer las anteriores entregas y hacer ahora el capítulo más postmoderno y exagerado (Sergio Leone y la evolución de su “trilogía del dolar”), de hecho, Spielberg ya lo hizo en La última cruzada al hacer aparecer al propio Adolf Hitler y al enfrentar al protagonista a su padre, pero aquí lo hace en una dimensión todavía mayor. Además, si vas a recuperar a un héroe para enfrentarle a su última misión, haz que ésta valga la pena (me remito de nuevo al mito del western, esta vez con una película crepuscular como Sin perdón) y a que sea el paroxismo del personaje de forma que su inminente retiro valga la pena.
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Mención al margen me parece el trabajo David Koepp, al que cada día admiro más y al que cada día estoy más cerca de perdonar La guerra de los mundos. Si El reino de la calavera de cristal tenía un problema para el público es que se titulaba así y no And the fate of Atlantis. Durante mucho tiempo, fans de todo el mundo han deseado que ese videojuego producido por George Lucas y su fantástico guión sobre la Atlántida dieran pie a una adaptación cinematográfica que fuera la cuarta cinta de Indiana Jones. El problema es que ya apenas quedaba nadie que no se supiera esa historia, por lo que las posibilidades de sorprender eran nulas. Para no dejar a nadie con las ganas, Koepp arma su guión con una traducción del videojuego al cine de aquella historia y por debajo de El reino de la calavera de cristal corren una serie de paralelismos que en los minutos finales de la peli se hacen tan evidentes que uno termina por aplaudir el trabajo extra que el guionista ha tenido.
Me dejo un montón de cosas en el tintero: la inteligencia de remitir a aventuras que no hemos visto en estos años (en parte para compensar la estupidez de erosionar el icono que era el hangar en el que se guarda el arca de la alianza), el juego con el sombrero en la escena final o un buen puñado de escenas en las que Spielberg demuestra que, cuando se limita a lo suyo, es todo un genio del cine.
Si alguna vez os cuentan la historia de un tipo que se puso de pie cuando terminó la película y empezó a aplaudir en el cine, que sepáis que era yo.
Mañana no hablaremos de cine (¡por fin!)
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