Sunday, June 8, 2008

El último blogger que se decidió a comentar Indiana Jones

Como mañana tocará hablar de algo realmente importante (la rueda de prensa de Steve Jobs en San Francisco) y como esto es un tema largamente aplazado que se ha visto resucitado por varias conversaciones con Julia en los comentarios de uno y otro blog, me voy a meter en el fregado de defender Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.

Antes de empezar, que sepan esos que piden que les indiques si hay "spoilers" o no, que aquí los hay y, de paso, decir que no entiendo esa puñetera manía de que o avisas que vas revelar parte del argumento o te crujen a insultos... en mis años mozos, que tampoco son hace tantos, si uno no quería saber nada de una peli lo último que hacía era leer cosas sobre ella porque eso era su decisión, pero no cargaba al que escribía con el deber de tener que avisarle, no vaya a ser que se entere de que Bruce Willis está muerto en El sexto sentido por leer lo que no debería estar leyendo.

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal tiene los peores primeros 40 minutos que jamás se han rodado... por un lado es ya cansina esa moda del cine hollywoodiense posterior a Forrest Gump de hacer pasar al héroe por todos los hechos históricos de su tiempo a fin de insertarle perfectamente en el subconsciente colectivo. Con la primera secuencia uno ya tiene claro que han pasado muchos años, que estamos en los finales de los años 50 y que ahora los malos son los rusos, no hace falta ni pararse a explicar lo de las pruebas atómicas (a no ser que Spielberg quisiera buscar un plano de un hongo nuclear más ridículo todavía que el de El imperio del Sol) ni dedicarle metraje a contar el miedo a que los "commies" ya estén dentro del país ni, por dios, a explicar la rivalidad entre los "hoods"/"greasers" y los "socs"/"preppies"... que de eso ya se encargó Susan Hinton (y Coppola, claro). El problema es todavía más irritante puesto que es la segunda vez que el dúo Koepp/Spielberg tiene que invertir tiempo y tiempo en explicar una y otra vez la misma cosa (que el tiempo ha pasado aquí y que el padre y el hijo se llevan fatal en el caso de La guerra de los mundos). Por otra parte, uno puede construir un héroe dejando oculta su vida personal y centrar ahí el misterio del personaje o puede hacer lo contrario, construir a una persona normal y gris con un mundo fascinante alrededor de su tiempo libre, ejemplos de un tipo y del otro (y de variaciones sobre esa regla) hay para aburrir en libros, pelis y cómics, pero lo que no puede nadie pretender es que no choque si en un capítulo del serial se cambia esa óptica de buenas a primeras. De modo que si hasta ahora, Indy había sido un intrépido aventurero al que en ocasiones hemos visto con pajarita y traje por ser ¡profesor universitario!, dándole otra cara a un personaje que es capaz de, cual Clark Kent, ocultar su interesante vida bajo un traje de espiga, aquí uno puede hartarse de ver a ese señor al que llaman Doctor Henry Jones y que, por si no fuese suficiente con hacerle coger una escoba (juro que lo hace), llega incluso a filosofar sobre si vale más la pena ser un aventurero o un aburrido teórico.

Pero, a veces, ocurren milagros o reencuentros o actos de lógica y por eso, cuando pasan estos horribles minutos, la película se sobrepone a si misma, recupera su identidad de serial de tebeo y se convierte en una película excepcional.

Que uno tenga que empezar la parte constructiva de la entrada explicando que las películas se hacen en el 2008 de forma diferente a como se hacían en los años 80 es, cuanto menos, sorprendente, pero a tenor de que muchos de los palos que se le están dando a la peli van por ahí, me gustaría detenerme en eso y pedirle una reflexión a la gente que –por esto- salió decepcionada al ver la película... ¿ibas a ver la película de aventuras que estrenaron hace unos días o ibas al cine a ver la película que Spielberg no rodó durante tu infancia?. A donde quiero llegar es a que, en el tiempo que va de La última cruzada a El reino de la calavera de cristal, hemos visto dinosaurios persiguiendo a Sam Neill, a Keanu Reeves protagonizando una virguería visual a la que llamaron “bullet time” en Matrix y hasta a que hobbits, elfos y demás bichos raros (y feos) ganaran 11 oscars con El retorno del rey. Ni los tiempos pasados fueron mejores ni los modernos son más bonitos, simplemente son épocas distintas y, lo más importante, públicos muy diferentes. Las formas de contar las mismas historias varían de una década a la otra y aquí toca encontrarse con un público nuevo y contarles la historia con otro tipo de situaciones y técnicas (incluso estaría bien estudiar un día si El arca perdida -1981- y La última cruzada -1989- están contadas de la misma manera).

Cuando uno cierra una historia (o lo hace temporalmente) es natural releer las anteriores entregas y hacer ahora el capítulo más postmoderno y exagerado (Sergio Leone y la evolución de su “trilogía del dolar”), de hecho, Spielberg ya lo hizo en La última cruzada al hacer aparecer al propio Adolf Hitler y al enfrentar al protagonista a su padre, pero aquí lo hace en una dimensión todavía mayor. Además, si vas a recuperar a un héroe para enfrentarle a su última misión, haz que ésta valga la pena (me remito de nuevo al mito del western, esta vez con una película crepuscular como Sin perdón) y a que sea el paroxismo del personaje de forma que su inminente retiro valga la pena.

O lo que es lo mismo... si Indy se ha enfrentado con un cruzado inmortal y con la palabra de Dios y ha salido victorioso, esos alienígenas de cristal que enseñaron a cultivar los campos a los indios del Perú no suenan tan mal ¿no?. He escuchado de todo sobre el tema de los marcianos, desde que no tienen nada que ver con las anteriores pelis (servidor le da la misma credibilidad al extraterrestre de Rosswell que a la Sábana Santa, pero allá cada uno con su fé) a que era el énesimo intento de Spielberg de volver a meter a los alienígenas de Encuentros en la tercera fase (mentira absoluta; no se parecen en nada unos y otros) pero pienso que todos esos comentarios tienen más que ver con cierta falta de perspectiva para con un serial heredero de los héroes de la radio y los tebeos de los años 40 y de su recuperación décadas más tarde con un público del siglo XXI, que con la supuesta incoherencia temática de pasar del judaísmo a unos hindús que adoran piedras mágicas y arrancan corazones, al catolicismo y finalmente a los marcianos.

Mención al margen me parece el trabajo David Koepp, al que cada día admiro más y al que cada día estoy más cerca de perdonar La guerra de los mundos. Si El reino de la calavera de cristal tenía un problema para el público es que se titulaba así y no And the fate of Atlantis. Durante mucho tiempo, fans de todo el mundo han deseado que ese videojuego producido por George Lucas y su fantástico guión sobre la Atlántida dieran pie a una adaptación cinematográfica que fuera la cuarta cinta de Indiana Jones. El problema es que ya apenas quedaba nadie que no se supiera esa historia, por lo que las posibilidades de sorprender eran nulas. Para no dejar a nadie con las ganas, Koepp arma su guión con una traducción del videojuego al cine de aquella historia y por debajo de El reino de la calavera de cristal corren una serie de paralelismos que en los minutos finales de la peli se hacen tan evidentes que uno termina por aplaudir el trabajo extra que el guionista ha tenido.

Me dejo un montón de cosas en el tintero: la inteligencia de remitir a aventuras que no hemos visto en estos años (en parte para compensar la estupidez de erosionar el icono que era el hangar en el que se guarda el arca de la alianza), el juego con el sombrero en la escena final o un buen puñado de escenas en las que Spielberg demuestra que, cuando se limita a lo suyo, es todo un genio del cine.

Si alguna vez os cuentan la historia de un tipo que se puso de pie cuando terminó la película y empezó a aplaudir en el cine, que sepáis que era yo.

Mañana no hablaremos de cine (¡por fin!)

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